Cuando estés mejor

Lucía reventó el silencio de un portazo y entró. Desde la última puerta de la hilera de baños una vieja le gritó:
— ¡Pará nena! No estamos en el lejano oeste, ¿sabes?
— ¡Cerrá el orto vieja! ¿querés?—respondió Lucía.
Se apoyó al lado del secamanos, y se quedó leyendo la conversa en el grupo de Las Pibas mientras terminaba su último cigarrillo. La vieja, que ya había salido del baño, la relojeaba por el espejo mientras se lavaba las manos.
—No te vendría mal aprender modales—le soltó.
Lucía le clavó la mirada, sostuvo el cigarro con los labios, juntó su abrigo y su bolso, y se metió en uno de los baños. Colgó todo como pudo en un gancho un tanto corroído y enclenque. Se bajó el jean y la tanga, y se sentó a hacer un pis infinito. Le dolía un poco la panza por los nervios de la entrevista y la esperaba un viaje largo hasta el baño de su casa. “Estaría bueno cagar acá”, pensó. Y aunque los baños públicos no eran lo suyo había desarrollado a lo largo de sus años algunas estrategias de emergencia para la situación. Agarró auriculares y celular, puso play al disco del Siempreterno y retomó su partida de Candy Crush. Por momentos se distraía tanto que cantaba en voz alta. La distracción la ayudaba.
De repente un bolso cayó al suelo y se desparramó en el baño contiguo. O eso parecía porque varias cosas rodaron hacia el compartimento de ella. Lucía habría jurado que estaba sola en el baño después que se fue la vieja.
Se bajó el auricular para no tironear del cable y joder la ficha, y se puso a juntar las cosas.
—Te voy pasando por abajo— dijo.
—Dale, gracias— le respondió una piba al otro lado.
—Tranqui, no pasa nada— le dijo Lucía. Y le fue pasando las cosas, una por una, por debajo del separador bordó de madera aglomerada. Unos pañuelos carilina con unas tucas adentro, un blister de pastillas, un labial rojo, un encendedor en el que estaba escrito con liquid paper “De Sofi” y una cadenita de amistad de esas del corazón a medias.
—Yo que vos llego y lavo todo, es un asco este piso— le dijo Lucía.
—Sí, mal— respondió la piba y ambas rieron.
Lucía puso el volumen más bajo y pensó en irse. No tenía mucho sentido insistir. Sabía que no iba a poder. Pero un sexto sentido la tenía en estado de alerta. Y ella nunca desatendía ese tipo de señales. Pasaron algunos segundos y la piba se prendió un pucho. A Lucía le parecía que lloraba.
—¿Fumas?— le preguntó la piba— al tiempo que le pasaba el cigarrillo encendido por debajo del compartimento. Lucía aceptó, tomó el cigarrillo, pitó algunas bocanadas y quedó en silencio pensando.
—¿No tenés de casualidad un poco de agua? —le preguntó la piba.
—¡Sí!, ¡toma! te paso por acá abajo, ¿te sentís bien?
—Más o menos... estoy un poco descompuesta y encima no tengo señal en el celular hace rato.
—Pero… ¿Qué onda? ¿Qué tenés?
—Si te digo vas a pensar que estoy loca o capaz ni me creas...
—A ver… — apuró Lucía.
—Estoy acá hace ya un par de horas. Estoy muy dolorida.
—Pero… ¿Qué tenés? ¿Estás con un ataque de pánico o algo así?
—No… es que me siento como el orto, estoy descompuesta y me mareo un poco cuando quiero pararme, por eso prefiero quedarme acá sentada.
—Pero… un par de horas es mucho tiempo para estar así, ¿O lo decís exagerando?
—Si… yo que sé… no no, no exagero… me llamo Sofi... gracias por el agua y por preocuparte.
—Sofi... lo leí en el encendedor. Yo soy Lucía, gracias por el pucho ¿Necesitas que haga algo o que llame a alguien?
—No no… gracias… en serio... Lo único que necesito ahora es que ésta mierda termine y salir de acá—
— ¿Qué se terminé qué?
— Tenés toallitas —preguntó Sofi escapando de responder.
—A ver… ¡Si! ¡tomá! ¡agarrá!
El silencio dejaba oír el trajín de la calle. Al rato Sofi le dijo:
—Te escuché cantar. A mí también me gusta el Siempre.
Lucía desconectó el auricular y quedó sonando Bajo este sol.
—… el destino…. y su futura parodia y el silencio una estrategia extraña— tarareaban juntas.
—Necesito decirte algo— murmuró Sofi un tono más bajo que la canción.
—Te escucho— le respondió Lucía.
Otro silencio largo y hondo las envolvió.
—Vine acá a sacarme esta bosta...—se interrumpió Sofi a sí misma cuando se le quebró la voz.
“La concha de la lora”, pensó Lucía presintiendo.
Sonaban los últimos acordes.
—Justo cuando entraste al baño hice la tercera toma. Tengo frío y miedo. Y no quiero morirme— agregó Sofi estallando en sollozos.
—Sofi, no te vas a morir —dijo Lucía firme y sosegando— Tomá, te paso mi abrigo, ponete.
Sofía agarró el saco verde y se abrazó entera la existencia. Empezaba otra canción.
—Ni loca me voy Sofi. Me quedo con vos hasta que esta mierda se termine— dijo Lucía
—¿Sabes qué?… prende otro pucho y charlemos— agregó.
Sofí lloraba desconsolada.
Al rato, un pesado coágulo cayó al inodoro.
—Cuando te sientas un poco mejor arrancamos—dijo Lucía.


Texto: Nadia y Lxs Funes
Ilustración: Mariana Dibuja.


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