SIESTA
Convencida que existe una memoria que guarda eso que no podemos olvidar ni recordar te acaricio, te miro, te hablo, te canto mientras duermes.
Aquello que parece perdido nos habita, todo se graba en la piel, y en toda huella hay algo imposible de rastrear.
Y te sigo acariciando, y sigo cantando, y disfruto en silencio, entre luces y sombras, ser testigo de los sueños donde sos protagonista.
Estás en mis brazos y tu cuerpito encaja perfecto sin incomodarse. No sé bien cómo es que se me ocurre levantarme a hacer algo, tal vez poner una pava, sentarme bajo el sol, lavar ropa o escribir.
Te miro y te beso los ojos. Estiras las piernas, suspiras, cambias de lado y volves a dormir. Pienso si en verdad tengo algo para enseñarte. Y si te soy sincera hoy no confío mucho en mí. Por eso ahora mismo lo mejor es no pensar.
Percibo un aleteo, una inquietud leve en el cuerpo de tu ser. Y me levanto. Sé que te incomodo. Das una vuelta, das otra y quedas de cara al sol. Entreabrís apenas el mundo, te reís y te dormís.
Y en voz baja, muy baja, convencida que existe una memoria que guarda eso que no podemos olvidar ni recordar, repito en tu oído como mantra, como rezo, como queriendo tatuarlo adentro tuyo, que tu vida es hermosa, que no te olvides nunca de eso, que no existen el tiempo ni el destiempo, y que no hay excusa, pretexto o razón que valga la pena si te hace dejar de soñar.
(2008)
Foto: Elizabeth Coronel
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