Hipogrifos*
Suena en la casa vecina una melodía. Hoy las conversaciones, rutinas y sonidos que circundan se oyen. Puertas, televisores, charlas, discusiones, cubiertos, muebles, barridas, todo sucede en lo inmediato continuo. Con formalidad eclesiástica el prójimo está muy próximo y sin embargo lejos. Por sobre la piel de una insolidaridad disfrazada descansan los harapos de forzadas buenas intenciones.
De noche toda existencia se deja doblegar por la calma. El silencio es atributo de la nocturnidad. A medida que se apaga el día y se diluye el tic tac sanguinario de las horas la noche se torna territorio. Espacio sin tiempo. Invitación ancestral para escuchar las voces en nuestras cabezas.
tiempos
De una terraza cercana chorrea hacia nuestro patio una canción de Cerati. Siempre es hoy / ya es parte de mi ser. La canción se llama Cosas Imposibles. Pandemia. Sincronización total. Presente continuo e inescrutable ¿Me parece a mí o esta sensación es compartida por todes? ¿Es este el tiempo abierto a todas las posibilidades de ser? Tal vez sí es, tal vez un poco. O tal vez no. Me apabulla nuestra capacidad de adaptación. Por eso la escritura. Para dar casa y cuerpo a este estado que también es pandemia de soledades.
Secuestrando el tiempo a su propia y eterna infinitud configuramos relojes y armamos rutinas. Y hacemos como sí. Como si estuviéramos todes bien, como si pudiéramos y quisiéramos seguir adelante con rutinas sin preguntarnos siquiera si son buenas, como si quisiéramos mantener vivo un mundo que agoniza hace rato, como si el encierro por sí mismo fuera a hacer algo bueno por nosotres tan pobres de todo. Pero… ¿no hacemos siempre un como si? ¿Tenemos en verdad alguna certeza de algo? ¿O solo añoramos el invisible aferramiento de los cuerpos a la máquina invisible? Pienso en el miedo y en la excitación frente a la libertad. Adrenalina. Pienso que es difícil pensar.
¿No es una ironía deliciosa que tras décadas de loas al individualismo el imperativo para atravesar esta pandemia sea aislarnos todo lo humanamente posible? ¿No es este encierro un síntoma, un pedido de auxilio, un grito, la manifestación de una emboscada? ¿No es este aislamiento la metáfora morbosa de un encierro anterior, subjetivo y voluntario llamado egoísmo? El asilamiento también deja al desnudo de qué manera patética lo peor de la sociedad está introyectado en nosotres. Nadie zafa. No zafamos. Somos apenas un rebaño de soledades sin pastor adorándonos a nosotres mismes. Somos todo lo que está mal. Somos todo lo que tiene que cambiar.
Pero para eso tenemos que cambiar la existencia de aquello que se proyecta dentro de nuestro ¡Revival existencialista ya! Revival sin delay.
Tal vez haya un dios o una revolución o alguna idea suprema y trascendental, un verdadero centro de algo. Una palabra con mayúscula. Pero mientras los discursos (de siempre) libran violentas batallas por darse la razón y la vida es apenas una curva, un detalle, un dato, una estadística, mantenerse al margen de la disputa es volverse creyente o cómplice. Es aceptar el estado de las cosas como son. Y las cosas son mal. Repitámoslo: ¡Son mal!
La pandemia pone en evidencia como una mentira bien contada funciona como una poderosa y dulce verdad. Y entonces en cualquier lugar del mundo una vieja es mandada a su casa a morir porque –dicen les dueñes de todo- el sistema no da abasto para atenderla. Y entonces ella se va a su casa a morir. Y los medios lo cuentan y la conversa virtual lo replica. Tal vez no sea elegante morirse en medio de una calle cualquiera, un día cualquiera siendo cualquiera. Tal vez no sea elegante Ecuador. Pero deja al desnudo esa mentira-verdad. El sistema tampoco da abasto para que hoy en las villas y cárceles las personas vivan medianamente bien ¿¡Qué dije!? No da abasto para que no existan unas ni sean necesarias otras. Pero la pieza fundamental para que la máquina funcione óptima se llama desigualdad. El resto de todas las malas palabras que existen pueden unirse con esta pieza primordial. Las que existen sí, pero ¿y las que podemos inventar?
Se detiene la máquina y a la velocidad de la luz un sinfín de angustias y ansiedades nos invaden y devoran. Tragedia y comedia en el mismo acto. Pero una novela mexicana y un drama griego no son sinónimos. Padecemos esquizofrenia pero nos cuesta reconocerlo porque en otro tiempo, nosotres mismes, inventamos el psiquiátrico para les otres, les loques, y también las cárceles para los otres, les delincuentes. Y ahora que estamos aislades y soles nos resistimos a pensar nuestra locura y nuestro delito. Todes somos culpables. No es la máquina el motor de esta locura sino lo que nuestra libre imaginación ha creado. Parir ideas, parir cosas, parir mundos. Parir es una cualidad humana. Grabado en este relieve que llamamos realidad se palpa como “el sueño de la razón (también) produce monstruos”.
pájaros
Me pregunto si este presente pandémico desbordado de mandatos del hacer no se funda en el miedo a los pensares y sentires que se alejen de la norma. ¡Que no dejen de hacer que no piensen! ¡Que no dejen de hacer que no sientan! ¡Que no dejen de hacer que no duden! ¡Apuntalemos la vieja casa que se vuela con el vendaval!
Me parece divisar a lo lejos un hermoso espantapájaros. Pero para llegar a él hay que atravesar este atolladero de mismidad, este campo minado donde pensamos y discutimos siempre lo mismo de la misma manera les mismes siempre. Allá, pasando el siempre mentiroso límite, sonríe este espantapájaros retobado y gracioso porque las aves no se espantan de él ni de su monstruosa belleza. Porque vuelan libres a su alrededor y descansan en sus brazos abiertos a todo. Como la libre imaginación.
Danzas, melodías, pinceladas, imágenes, composiciones. Todo lo humano busca dar forma. Expresar y comunicar. La creación es siempre un juego de seducción intenso, que desde aquello que -todavía- no existe echa mano a lo que sea, combina tiempo y espacio inventando miles de realidades, entreverando lo palpable y lo intangible para deshacer lo evidente y atraer hacia si lo impensado, lo inimaginado. Crear es inventar extravíos para perderse luego en ellos y volver quién sabe de dónde o cuándo, trayendo nadie sabe qué. A veces extrañas criaturas, horrorosos hipogrifos de encriptada belleza, desordenes de toda índole, terrenales y cósmicos miedos, mentiras y verdades entreveradas, máquinas y poesías, pesadillas y sueños. Cochambre.
Anudar en una materialidad, a veces tan abstracta como una melodía, lo humano y lo divino-humano no puede sino llamarse magia.
Al fin y al cabo somos historias contadas y que nos contaron otres, fabricantes y contrabandistas de historias narradas quien sabe por quienes o a quienes, quien sabe dónde, para o por qué. Y no podemos evitarlo. Resuena Don Eduardo. Resuena Calderón. Tenemos alguna tenue idea de hacia dónde queremos apuntar nuestras flechas pero no dominamos su alcance ni recorrido. No sabemos qué será de ellas después de nosotres.
Traemos apaleada y sometida una imaginación rotunda y radical. Nuestro desear está domado. Y sin embargo… Y así y todo… una reunión de ficciones y distopías bailan en la cima de un volcán y una orgía de fantasías desnuda la maravilla: lo único que se expande más rápido que el virus son los cuentos.
En esta magia que ahora es difícil apreciar reside nuestra humanidad y nuestra posibilidad. En esta maravillosa necesidad y posibilidad de contarnos. En una imaginación liberada que puede volverse idea, palabra y acto.
*Publicado en el Fanzine Pandémico de Catalina Clandestina en mayo de 2020.
Desde acá podes leer y bajar el Fanzine Pandémico.
Todas las imágenes son colaboraciones de distintxs artistas al Fanzine Pandémico.
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