Rituales


Hoy es 1 de agosto. Se celebra la Pachamama. Tengo por primera vez caña y ruda para celebrarla. La liturgia es sencilla y debe su origen a les pueblos guaraníes: tres tragos adentro y uno a la tierra. Tiene algo de rezo, de oración, de pedido, de deseo. También tiene mucho de agradecimiento. Se hacen las paces con el cosmos y se inicia un nuevo ciclo. La caña con ruda tiene el sabor de todo eso, tiene un sabor amargo pero también dulce. Se siente en el paladar, en el cuerpo y en la vida. Un rato antes, acostada en la cama y tapada hasta la nariz -ritual muy mío de estos días en donde solo disfruto estar acostada y despierta- busco con el celular "casas para alquilar". Mis pensamientos son vagos y trato de ordenarlos para que la Pacha me entienda.

Hablo con Euge que ayer le dieron el alta por Covid 19 sin decirle sí tuvo a no tuvo el virus. Me parece todo un circo mal organizado, un mal chiste. Pero me callo porque no quiero que me tome de ejemplo. Se siente bien y vuelve a su pequeño Uri después de ocho días de aislamiento. Me cuenta que hisopan a su mamá y a Marquis, su sobrino, y que ambos tienen comorbilidades. Aprendimos esa palabra.

La palabra aislamiento me asfixia. Me hace pensar en todo lo que siempre está mal. Me hace pensar en Facundo Astudillo y en las pibas que nunca volvieron. Siento dolorosamente que naturalizamos las muertes violentas, que naturalizamos estar apresades y sometides, que naturalizamos denunciar, compartir y reclamar. A veces siento que nada tiene sentido. Que esto también tiene algo de circo. Y que quizá ya no nos damos cuenta de lo que significa. Una vez, allá lejos y hace tiempo nos dolió. Hoy hacemos un caparazón, tripa corazón, compartimos la publicación o la charla y seguimos.

En la semana hablé con Cintia. Me llamó porque quería hacer alguna acción sobre esto. —Siento que no le importamos a nadie, que nadie nos ve— me dijo. Pienso lo mismo, creo que mucho no puedo ayudarla. Pero ella me soba y me dice —Pensé en hablar con vos porque sos muy inteligente— Qué mierda será la inteligencia ¿no? En fin, tengo la cabeza reventada y ella me rescata. Nos quedamos charlando un rato. —No Cin, no quiero ir a la estación de Morón a hacer una intervención, creo que eso tampoco llama la atención de nadie— le digo. Pero ella con su entusiasmo me despierta las adormecidas ganas de pensar algo y de creer que tal vez algo... que no sé, que nunca se sabe… ¿no?. Que se yo. Se lo agradezco mucho. Llegamos a algunas ideas que nos gustan —Hagamos una campaña donde se ponga el foco en la foto de los tipos le digo— y ella animada: —¡Ves que sos genia Nadi!—. Le digo que solo la escuché y que lo que digo es en realidad una idea de ella, que la dijo hace un rato, q  ue no sé cómo o con qué palabras pero que lo dijo ella. Le digo que anote todo en algún lado, que escriba todo lo que se les ocurra a ella y a su amiga con la que se estuvieron cebando antes de hablarme, que lo charlen así lo vamos viendo. Le digo que mi cabeza está reventada pero que mejor no entro en detalle porque sino me rompo. Se ofrece a escucharme. No sé puede despreciar la escucha en un mundo sordo. Le cuento que esta presa la hermana de una amiga y que me siento terrible, que ando leyendo leyes y el código penal, y que estoy molestando a mi amiga y a les suyes para que reaccionen y activen porque por lo que leí la cosa está muy complicada para ella. No me siento nada bien llevando noticias de mierda a personas que quiero. Me angustia, les conozco hace veinte años. Sí, la piba se la mandó. Pero es una pichi que le salió mal, que quiso zafar el momento económico y fue usada por unos transas grosos que por supuesto están felices en sus casas con sus afectos y con su felicidad de mierda.

Hace dos días murió mi tío. Hace rato tenía ganas de verlo y lamento no haberlo hecho. Lo que más disfrutaba de las veces que lo ví desde que murió mi viejo hace ya como diez años, era percibir en su mirada un muy pequeño punto verde y brillante. Cada vez que lo detectaba me quedaba, escuchando la conversación como en segundo plano. Viajando. Ese punto en el fondo de su mirada me llevaba a través del tiempo, me llevaba allá lejos y hace tiempo. Entonces veía dos hermanos charlando, riendo y discutiendo. Y también los veía más allá, mucho más allá, siendo niños, jugando y mandándose cagadas y cubriéndose. Me despido de eso. De ese muy pequeño punto, verde y brillante, en donde vivía aún algo físico de mi viejo, incluso de un tiempo en el que yo no existía. ¿Cómo no voy a maravillarme no?

Particularmente no me interesan ni comprendo los rituales de despedida por causa muerte. Tal vez por otras causas si. Pero no por muerte. Para mí la muerte es una despedida constante e interna: inagotable. Entiendo que el cuerpo no estará más. No necesito verlo pálido, tocarlo frío, verlo entrar a un horno o bajar a la húmeda tierra. Todo eso no me genera ni me significa nada. No me interesa compartir ni externalizar lo que siento. Creo que voy a esos "eventos" a contener a les otres. De todas formas no se puede hoy despedir a los muertos. No se puede tampoco eso. No se puede nada.

Tengo que tirar un chorrito de caña y ruda a la tierra. No tengo tierra. Había pensado irme a hacer el ritual al costado de la vía. Pero sola no me da gana. Y Matías no me despertó antes de irse. Miro las macetas y las baldosas. No tiene sentido. Reflexiono que es preferible el piso que la maceta. Aunque esta tenga tierra debajo de todo este cemento también hay.

Veo la rejilla por donde desagota la podredumbre que somos y que dejamos a nuestro paso. Podredumbre que se une a las otras podredumbres de la ciudad. Miles de podredumbres confluyendo. Pienso poesías y canciones, reflexiones filosóficas que tiene por tema las cloacas. Bueno, no estoy tan sola. La Mona se come las hojas de ruda embebidas hace un año en caña. "Ojala duerma todo el día", pienso. Creo que esta rejilla es tal vez el mejor lugar para celebrar a la Pacha. Sin romanticismos ni idealizaciones, con toda la podredumbre y mierda, con toda la pestilencia de la existencia que somos. Celebrarla en está cloaca que desemboca más allá y más allá y más allá, lejos, a donde espero puedan llevarme de nuevo mis ganas y mi pensamiento a caminar.
La perra me mira y llora como cantando. Está extrañada. Le llaman la atención mis movimientos poco usuales. No entiende que es lo que hago de cuchillas, al lado de la rejilla y con una botella en la mano. Se da cuenta que estoy haciendo “algo”. Ladea la cabeza y me mira como intentando descifrar. Gimotea. Tiro un chorrito de caña con ruda a la rejilla, y hacía las cañerías. Y más allá. Me abrazo con la Mona y me pongo una pava para arrancar el día.

Visual 1: hallada en el muy disfrutable sitio Andén Digital.
Visual 2: Óleo sobre cartón de la serie "Cloacas y campanarios" de Maruja Mallo.

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